La etapa del conocido como EuroCelta me pilló de niña. Pese a tener celtistas (y mucho) en casa y en la familia, no fue hasta los diez o doce años cuando empecé a aficionarme más allá del declararme celtista de boquilla. El primer paso fueron unas entradas regaladas en el colegio -tuvo que ser en la temporada de la segunda clasificación para Europa en la historia, en 1998 o la anterior, no lo sé a ciencia cierta- que me llevaron a Balaídos por primera vez. El caso es que después vinieron los mejores años, no solo de eliminar o golear a grandes, sino de afrontar cualquier partido con garantías, fuera contra quien fuera. Se hablaba -aunque mi memoria no alcanza, ahora lo veo a menudo tirando de hemeroteca- del Celta como candidato a todo. Y ahí ya no me perdía un partido, ya con mi primera bufanda como un gran tesoro que guardaba igual que cada entrada de partido al que iba o cada artículo celeste de los que con frecuencia regalaban con los periódicos.
Foto: Xoán Carlos Gil (La Voz de Galicia-Grada de Río). |
Me acuerdo mucho de todo esto ahora que el Celta se ha vuelto a clasificar para Europa después de sus peores años, en los que estuvo a punto de desaparecer. Me aficioné en los buenos tiempos, en los de un Celta mayúsculo que, como suele decirse, pasaría del -casi- cielo al infierno. Ser celtista pasó de ser muy agradecido a cada vez menos. Durante ese tiempo ha habido aficionados verdaderamente fieles: peñas con decenios a sus espaldas que jamás se replantearon su existencia, otras que incluso nacieron o se gestaron en esos años y también aficionados no peñistas que no faltaron a un partido pese a que el día que celebraron un doblete salvador de Aspas frente al Alavés sabían que acudían arriesgándose a ser testigos del principio del fin; quienes recibieron a un Paco Herrera desconsolado tras el play-off de Granada o los que el día del Xerez vieron cerca el tener que posponer el ansiado regreso a Primera al menos un año más y se dejaron las gargantas para hacerse oír y poner todo de su parte por evitarlo, pero que de no haberlo logrado, hubieran seguido las temporadas que hiciera falta. Que por ellos -o nosotros, que tardé lo mío en recuperar la voz- no quedara.
Seguro que este nuevo EuroCelta traerá más peñas, más aficionados, una nueva explosión de celtismo que, de hecho, ya se viene gestando desde hace tiempo a medida que el equipo ha ido avanzado hacia lo que hoy es una realidad. Muchos de ellos también estarán la próxima vez que el Celta caiga, que ojalá sea dentro de mucho tiempo. Porque a los más precavidos incluso nos ronda la cabeza el recuerdo de los últimos descensos, en temporadas en las que el equipo había jugado en Europa. A esos, a quienes vivieron lo peor y siguieron ahí es a los que tiene que ir dedicada este momento tan especial. Por los que siempre creyeron, y por los que empiezan a hacerlo -por su edad, o por las circunstancias propicias-, pero seguirán ahí cuando las cosas ya no sean de color de rosa y no por eso el celeste deje de ser el predominante para ellos.